CUENTA CUENTOS
1º PREMIO
EL NIÑO QUE QUERÍA NAVEGAR
Erase un niño que vivía en la meseta, sus paisajes eran las encinas, los alcornoques, la jara, las flores del campo. Su pueblo estaba aislado del mundo.
Sólo veía la televisión para saber lo que ocurría en su país y en el extranjero. Siempre le gustó leer; a los diez años le dejó el maestro del pueblo un libro con el título de Moby Dick. Estuvo leyéndolo y volviéndolo a leer durante meses.
El mar y sus océanos se convirtieron en su obsesión. Su familia era muy humilde y tenía cinco hermanos, dos hermanas y tres varones. Él era el tercero y su relación familiar era excelente. Siempre había un buen plato en la mesa, su padre y su madre cultivaban la tierra, tenían un pequeño huerto de donde sacaban las verduras, hortalizas y frutas suficientes para comer. También cebaban cuatro cerdos cada año con los que se surtían de proteínas. El pescado era prohibitivo, sólo comían sardinas, alimento muy sano.
Siguiendo con Moby Dick, su libro favorito, aprendió a saber cómo las ballenas emigraban por todos los océanos en busca del plancton, su comida; como van siempre en manada cuidando de sus crías. A los dieciocho años se fue voluntario a hacer el servicio militar, en la escuela de Marina, su sueño era navegar y al fin lo consiguió pues viajó como grumete por todo el mundo en el Juan Sebastián Elcano, el buque escuela español, un bergantín de tres palos. Estando en San Petersburgo conoció una belleza rusa, se enamoraron y mantuvieron correspondencia unos años hasta que se casaron y viven felices. Ahora trabaja como capitán de un barco de pesca donde puede cumplir su sueño de niño de navegar eternamente como las ballenas.
Fdo.: SOLITARIO
CRPS
2º PREMIO
DON RÁCANO E INOPIO
Érase un hombre de mediana edad, de barba larga, tupida y cana al que sus vecinos aldeanos le apodaban Don Rácano porque no gastaba ni bromas. Trabajaba de guardia forestal y era tan extremadamente desconfiado que no se fiaba de los banqueros para depositar su dinero en el Banco.
Pensaba que podían engañarle quedándose con el botín que iba acumulando ó que el ente bancario daría en quiebra y lo perdería todo.
No se había casado nunca ni siquiera lo pensaba por pensar que su mujer ó le desplumaba ó despilfarraba toda su fortuna.
Amaba los billetes de sus honorarios hasta la saciedad, es decir estaba enamorado de su tesoro ó dicho de otro modo el dinero era para él el Gran Amor de su vida.
Había construido para guardarlo un hoyo en la tierra en el cual había instalado una caja metálica de acero inoxidable, rodeada de un caparazón de hormigón armado, de la cual emergía una estrecha ranura para meter los billetes que continuaba atesorando. La caja fuerte, además, constaba de un dispositivo de abertura que Don Rácano tenía grabado su memoria y que estaba situado en la parte superior de la misma, justo al lado de la hendidura pata introducir los fajos de billetes .
Todos los días la abría con curiosidad para afianzar mejor la clave de la apertura y también para disfrutar del espectáculo del dinero acaparado.
Cierto día se presentó en su casa solitaria y ermitaña un hombre vestido de harapos y lleno de hambre y miseria. Se trataba de Inopio al cual le había asediado también una enfermedad dura y crónica, desde su tierna juventud, por eso había tenido que cesar en el trabajo y hasta entonces había vivido de la mendicidad recorriendo infinitas aldeas, entre ellas, la colindante al habitáculo de Don Rácano, y casi toda la vida había tenido que dormir a la intemperie soportando los fríos invernales y los fuertes calores estivales por no poseer ni siquiera ningún aposento para reclinar la cabeza. Inopio estaba lleno de penalidades y los vecinos aldeanos le habían dicho que un hombre soltero con costumbres eremitas, y sin familia que mantener, a lo mejor le podía ayudar especialmente aquél año que la cosecha se había malogrado y los moradores de las aldeas más próximas se habían quedado apenas sin recursos para sobrevivir.
Inopio arribó pues a la morada de Don Rácano se puso de rodillas ante él y le pidió algún dinerillo para comprar provisiones en cualquiera de las tres tiendas alimentarias de la aldea adyacente. Pero la avaricia de Don Rácano se trocó en impiedad para con el indigente pedigüeño pues fue culpabilizado por el tacaño de todas sus penalidades, no complació ninguna de sus peticiones y al final le echó de su hábitat con sumo desprecio y agresividad.
El dinero que iba aglomerando Don Rácano se incrementaba con el paso del tiempo y fue entonces cuando decidió anotarlo en un cuaderno todos sus magnos ahorros.
Así pasaron treinta ó cuarenta años hasta que se hizo viejo Don Rácano. Según las notas de su cuaderno en el recipiente dinerario debería de haber una suma extraordinaria de billetes. Las monedas las gastaba en satisfacer las necesidades más perentorias y las que sobraban las cambiaba en billetes para el botín camuflado en el escondrijo más insospechado por cualquier persona.
Don Rácano, dada su respetable edad de ochenta y tantos años empezó a sufrir ataques de epilepsia que le dejaban anonadado y con amnesia. Frente a esta situación decidió sacar todo su tesoro representado por billetes de curso legal pero se encontró con la desagradable sorpresa, al abrir la caja, de que todo el papel dinerario había sido carcomido por muchos voraces insectos y se había quedado sin nada. Ya no tenía ni dinero para pagar al médico ni para los medicamentos, ni para los alimentos.
Se puso a mendigar en la aldea contigua pero no recibió la mínima ayuda de nadie. Todos los vecinos de la aldea se acordaban de la faena que le había hecho a Inopio y la noticia llegó a oídos de los otros vecinos de las aldeas y pueblos. En la conciencia de todos los aldeanos estaba presente el desprecio de Don Rácano al pobre Inopio. Todo el mundo pues le pagó a Don Rácano con la misma moneda y al encontrarse sin nada se encerró en casa y todo su pensamiento giraba en torno a su iniquidad, los remordimientos le acosaban hasta el punto de que acabó volviéndose loco, alimentándose de cucarachas, ratones, ratas y gusanos, es decir, de todo lo que se movía a su alrededor y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Fdo.:Isaac Gutiérrez Rodríguez
ACCESIT
EL NIÑO PERDIDO
Éste era un niño que se llamaba Pedro y se perdió en un museo hasta el punto de ser incapaz de encontrar la entrada para salir del mismo. Por eso se puso a llorar y anduvo buscando por todos los sitios y no hubo manera de dar con la puerta de la salida. Después de mucho rato sin encontrarla creía que ya no podría salir de dicho museo. Tras deambular horas y horas sin topar con la salida se quedó agotado y se durmió en un rincón del antro laberíntico.
Al día siguiente se encontró con un guía que le llevó de la mano hasta la puerta, el niño se puso muy contento y se dirigió a su casa pensando que no volvería a salir de su entorno para no perderse ó extraviarse. Se abrazó a sus padres con besos efusivos los cuales se regocijaron porque el niño había sido poco cariñoso con ellos.
Recordaba que había estado atrapado en un callejón sin salida y en esos duros momentos pensaba que ya nunca volvería a ver a sus progenitores. Por eso al regresar a su presencia les dijo que nunca jamás les abandonaría y de su travesura sacó la conclusión de que quería muchísimo a sus padres. Éstos lloraron de emoción al ver a su hijo sano y salvo y vivieron juntos en el seno familiar sumamente felices y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Fdo.: José Roman Sáez
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